sábado, 23 de junio de 2007

Observada

Alejandro González Romero

Sale de casa, cruza la acera, se para en la esquina y espera a que llegue el micro. Sube, paga, mira en busca de un lugar vacío, un joven le ofrece el suyo y ella lo acepta. Pasa largo rato perdida en las imágenes que pasan del otro lado de la ventana sucia del automóvil sin ver ni una sola vez al chico que tan caballerosamente le había dado un lugar donde sentarse.
Al fin llega a su destino, baja en la plaza oscura se sacude la falda porque se le hizo un doblado a la altura de la rodilla. Se percata de que uno de los tiros de su zapato está desamarrado, entonces se agacha para atarlo y de repente, se siente observada por alguien.
Se da la vuelta pero no consigue ver a nadie, termina de incorporarse mira el reloj: aún es temprano.
Se sienta en una de las bancas de cemento que hay en esa plaza y enciende un cigarrillo pero de pronto se vuelve a sentir observada y desliza el cigarrillo a un lado de su cuerpo para evitar que sea tan notorio, no vaya a ser que sea algún pariente suyo, uno nunca sabe, un tío, un primo tal vez; no hay que descartar la posibilidad de que el padre o la madre podrían estar por ahí, quién sabe con que razón.
Es sin duda un fastidio no poder fumarse un cigarrillo con tranquilidad, tener que estar pendiente a que nadie la vea, bueno, nadie que podría ser un problema. Debería poder fumar abiertamente, si al fin y al cabo, fumar no es nada, reniega del hogar en el que le tocó vivir pero deja de atormentarse conforme su cigarrillo se consume.
Desde hace un buen rato que ha dejado de sentirse observada, eso la tranquiliza, además la noche está a punto de tomar dominio completo, una pequeña lucecita aún refulge detrás de la cordillera pero ya es un vago fueguito que no puede opacar más a las estrellas que ya dominan el firmamento.
Vuelve a mirar el reloj, ya sería hora de que llegue pero ella aún se ve sola en aquel banco frío, los niños más rezagados pasan corriendo hacia las casas de ese barrio, regresando de la escuela atrasados por las distracciones cotidianas: las pepas, los tilines; con las manos aferradas a los tiros de la mochila que rebota en la espalda a causa del trote.
Un perro se le acerca meneando la cola y a ella no le disgusta algo de compañía, pero tan pronto lo comienza a acariciar, siente con más furia la aguda mirada de alguien, la presiente hacia el lugar donde para el micro, está convencida que viene de ahí pero no hay nadie, ni el dueño o dueña de la mirada, ni la persona a la que ella espera. Sólo está el perro que ha dejado de menear la cola y da un par de ladridos dentro de su boca antes de correr tras una jauría que persigue a una hembra sin duda en celo. Ella ve la comparsa, el más grande por delante persiguiendo a la pequeña imitación de pastor alemán, repartiendo mordiscos y gruñidos cada tanto a los otros perros que osan acercarse demasiado a la hembra – así pasa siempre – piensa mirando la escena pero con la cabeza más metida en las grescas que ella misma ha provocado un par de veces en su colegio, dejando que sus pretendientes de momento de partan la cara a puñetes a la salida del colegio.
La mirada no ha cesado desde que comenzó a ver a los perros, las mejores miradas no se detienen nunca, o pareciera que no piensan hacerlo, pero a ella la han dejado de mirar, desde que ha llegado esa chica nueva a la clase ya no la miran tanto como antes, pero ella tiene otras estrategias y al final consigue siempre algo de atención. Sin embargo, extraña la estelaridad de las noveluchas que se forman en el colegio, el deseo encontrado de dos o más amantes que la persiguen y la miran, y la miran y no dejan de hacerle sentir observada y deseada. Piensa en eso y no puede evitar desabrocharse un botón de la blusa con la esperanza de que la mirada persista. Pero sólo queda la noche, la mirada se esfumó hace un par de minutos.
Y la persona a la que espera está atrasándose mucho, quien sabe y se desanimó, tal vez lo haya atrasado el tráfico, hay que tomar en cuenta las distancias, pero bien, de seguro llegará pronto; por ahora le queda un cigarro, están aun los perros dándole vueltas a la perra y regando el lugar con gruñidos y tiene esa sensación de que la miran de rato en rato, con eso le basta por ahora.
Cruza las piernas y las aprieta: la mirada ha regresado, más intensa, más provocativa. Enciende el último cigarrillo que le queda y se muerde los labios tras cada bocanada. Se despierta, se excita, se despabila; la mirada la llena de confusión, no sabe si la reprende o la admira; si la repudia o la desea. Como quiera que sea, la sensación es fuerte, libera las piernas y pone ambas manos sobre el banco y sube una de las piernas hasta darle la vuelta para quedar como montada sobre un caballo. La falda ha subido a una cuarta de la rodilla, ella lleva la cola para atrás y saca pecho, levanta un poco el cuello y sonríe sintiendo esa sensación de ser observada. La blusa es desabrochada nuevamente, sabe bien que sus pechos ya son maduros y se enorgullece de su tamaño y forma, era buen momento para exhibirlos.
¿Qué haces? – le dice la voz de la persona esperada – ella lo mira y le pide que vayan pronto a su cuarto, que lo estuvo esperando mucho tiempo y se había imaginado muchas cosas; lo anima, lo despierta, lo excita, ambos invaden la cama con un hambre lujuriosa que no logra ser satisfecha por ella debido a la edad y falta de experiencia de su amante. Pero nada importa, ni siquiera si la mirada que la perseguía no era real, la sensación de haber sido deseada y observada es más que suficiente para ella.

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