Fernando López Serrano
Estaba sentado en mi sillón, mirando la ventana desde un rincón, la luz de la calle iluminaba apenas un pedazo de mi piso de machimbre, el andar cansino y torpe del alguien en la calle hacia un poco de ruido provocando ladridos en los perros del barrio.
Un fuerte golpe en la puerta de la casa del frente me inquietó un poco, así que me levanté para ver que o quien podría ser.
Allá voy -decía – ya voy, ya voy- decía cada vez que alejaba la botella de la boca; era un muchacho mayor que yo, o al menos así parecía; se había sentado en la grada que tiene la puerta de la casa del frente. Con las piernas abiertas y los codos apoyados en sus rodillas, colgaban las manos y de sus manos el cuello de una botella semivacía y cigarrillo.
Ya voy-decía, solo que cada vez aumentaba el lamento en su voz, por momentos un menudo sollozo interrumpía el soliloquio.
Intentó pararse pero su embriagues y su pena eran tan grandes que las piernas no soportaron el peso, haciendo que choque con fuerza su espalda en la puerta y chorreándose como agua tomó otra vez su posición anterior.
Metió la mano dentro del bolsillo de su chamarra mientras carajeaba y mandaba a la mierda a todos, saco un arma y ¡pum!, ahí mismo un sonido seco como de un picotazo al barro, su cabeza torpemente golpeó el piso mientras su sangre se ocupó de matizar la escena, manchando la puerta, las paredes y la acera; de la botella se derramaba las últimas gotas que ya no pudo tomar.
Desde mi ventana se ve todo, miré hasta que su pié dejo de sacudirse, los perros fueron los primeros en olfatear la tragedia, las luces de las casas vecinas se encendieron de a uno, cuando sentí que tocaron la puerta salí para ver quien era y al abrir era mi hermano, con la ropa sucia, la cara llena de un barro guindo, y con un hueco en la cabeza.
Decepcionado, me sentí muy decepcionado de él, no por el balazo que se dio: al fin ese era el plan y el único medio para entrar en nuestra casa, solo que debía haberse matado aquí dentro así como yo lo hice, así que le cerré la puerta y camine hacia mi cuarto con las luces de la ambulancia y la policía alumbrando mis paredes.
Aún estoy sentado en mi sillón, mirando la ventana desde un rincón, la luz de la calle ilumina apenas un pedazo de mi piso de machimbre.
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