Le dije que me dejara porque ella tenía mejores ojos que yo. Era la pura verdad, ella los tenía grandes y bonitos (ambos), llenitos de color, brillaban en días de lluvia y sol, seguro que tenían una retina envidiable y jamás se le irritaban, tuve que hacerlo, decírselo así de claro, y no solo le resalté el tema este de los ojos, más allá de los ojos le dije que tenía unas hermosas pestañas, esas largas y curveadas, por supuesto que mis tiesas y ralas pestañas eran incomparables, de lejos las suyas eran mejores, incluso un inexperto en ojos podría notar la abismal diferencia, así que le repetí “ella tiene mejores ojos, seguro ven claro y enfocado, seguro se ven películas japonesas enteras sin llorar y por las mañanas deben verse aún mejor, quédate con ella”, así que él le escribió miles de canciones, poemas y sonetos a sus ojos, le compró regalos a sus ojos y agotó fortunas en ser visto por esos ojos, deben ser muy felices esos ojos.
Yo, mis ojos, mis pestañas y mis anteojos nos
quedamos a un costado, viendo pasar la vida desenfocada, con manchas por
momentos, nos quedamos con los ojos a veces rojos por el polvo y las alergias,
frunciendo la mirada para afrontar resplandores enceguecedores, llorando
periódicamente para lavar por dentro y fuera, sin embargo, nunca fue más fácil
parpadear sin él.
Daniela Peterito Salas
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