Luego de dejar a su hermanita preparando las cosas en el
restaurante, ella se fue a la playa que había a la vuelta y se sentó a leer,
como era usual, aprovechando que el lugar casi siempre estaba vacío mientras
varios cangrejos saltaban a su alrededor entrando y saliendo de sus madrigueras
sin prestarle mucha atención al principio.
Luego de un rato ahí, algunos se aventuraban a curiosear a
la visitante que se había acomodado entre ellos, pero luego de acecharla
sigilosamente, eventualmente salían corriendo cuando ella pasaba de página.
Cuando vio que el sol ya insinuaba su intención de meterse
a dormir en el mar, la mujer colocó un marcapáginas en el libro, lo guardó,
sacó una pequeña canasta de la mochila y comenzó a cantar casi susurrando.
Los crustáceos, curiosos y encantados por la voz de la
mujer, uno a uno se reunieron a su alrededor y escucharon atentos una canción
que contaba una historia del mar. Se le treparon en el pelo y el vestido, se
agolparon en la canasta y soñaron ser los protagonistas del cuento del santo y
el cangrejo heroico que le salvaba la vida. Conmovidos por la melodía que
hablaba de los grandes sacrificios y de la gloria con la que se retribuye a los
valientes y abnegados, no se dieron cuenta cuando la mujer inició su camino de regreso.
Ella prolongó el hechizo bailando por las calles
empedradas, dando saltos y giros que obligaban a los crustáceos a aferrarse
mientras todos reían aun pensando en los dones a ser recibidos por su vida
abnegada y devota.
Entraron sin dar pelea en el agua burbujeante de las ollas
que la hermana menor tenía preparadas en el restaurante, como era usual ninguno
logró dar crédito al horror de su condena y lamentando su candidez intentaron
al menos silbar por última vez el himno de su héroe antes de convertirse en la
especialidad del lugar para la cena.
Alejandro "Pacho" González Romero
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