Los primeros años de mi vida viví pensando que el increíble funcionamiento del cuerpo humano era prácticamente eterno, una mezcla de sincronía y regeneración, ¿cómo no verlo así?, si uno puede reponerse casi de cualquier caída y atreverse a caer nuevamente, se fractura huesos y trastabilla seguro de superar el dolor, recibe mordiscos de perros, loros, monos y ve como las heridas cicatrizan, además, quedan con una bonita mancha nada incómoda para un niño. Ve como a pesar de mordisquearse las uñas, éstas vuelven a crecer, como las lágrimas a pesar de llorar y llorar nunca se terminan y cómo un día se detienen no sólo de los ojos sino del alma, siempre frente a problemas de autocompasión: como caerse de la bicicleta. Hasta esos días viví pensando que el misterioso funcionamiento de la máquina humana era perfecto, con todos sus cables conectados a perfección, dispuestos a aceptar resfríos y curarlos días después, dispuesto a intervenciones quirúrgicas ridículas, como extracciones sebáceas o lobotomías cerebrales, dispuesto a los moretones en las canillas, sobretodo, un cuerpo humano dispuesto a la recaída, sin miedo.
Veo ahora a un montón de músculos desnutridos, membranas con nudos entrelazados, o casi sueltas en un envoltorio de colores morados, palpo una textura con la rugosidad de una lengua seca, un corazón de pollo espantado de viajar a su centro. Enfilados los fluidos corporales y seco pergamino de enjambre, siempre con pesadillas de anticuchos, se ha tragado toda la circulación posible y se llena de convulsiones tapiado en un cuarto lejano. Un corazón que escribía, ahora está atravesado por su misma punta bola, ni sangra ni se deja morir. A mis 26, ahora tiene 90 años.
Veo ahora a un montón de músculos desnutridos, membranas con nudos entrelazados, o casi sueltas en un envoltorio de colores morados, palpo una textura con la rugosidad de una lengua seca, un corazón de pollo espantado de viajar a su centro. Enfilados los fluidos corporales y seco pergamino de enjambre, siempre con pesadillas de anticuchos, se ha tragado toda la circulación posible y se llena de convulsiones tapiado en un cuarto lejano. Un corazón que escribía, ahora está atravesado por su misma punta bola, ni sangra ni se deja morir. A mis 26, ahora tiene 90 años.
Agata
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Atte. Löûk
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