Cada noche que la luna sale llena, los manicomios embullan, las hembras paren, las mareas suben y los amantes copulan. Algunos animales le aúllan frenéticos, mientras plantas absorben minerales de la tierra con insaciable arresto al dominio de su luz.
Cada noche que la luna sale llena, los telescopios se enfilan, las luciérnagas compiten en incansables maratones luminosas y las ballenas cantan ebrias de plancton en la profundidad de los océanos.
Cada noche que la luna sale llena, “tiritan los astros a lo lejos”, vuelven las oscuras golondrinas, llora Garrick y el pirata canta su canción con Espronceda.
Cuando la noche es de luna llena, las autopistas son espejos, las sombras títeres a nuestro comando. La sangre es negro luminoso, negro centellante, casi purpúreo entramado, color de luto con aroma a pan recién horneado.
Cada noche que la luna sale llena, los licántropos juegan cartas, las putas están en celo, se calla la doctrina y el dogmatismo, los ciegos reconocen la forma de las gotas en su sonido y el papa baja la cabeza avergonzado.
Pese a las nubes, cuando la luna sale llena por las noches, comanda desde ahí a los tornados, presta su energía a los relámpagos, diagrama vectores a los rayos y llora a veces en su histrionismo opacado.
Cada noche que la luna sale llena, hace correr su cronómetro esperando el momento de regresar así: repleta y fulgurante. Los bosques le rechinan su madera, las hormigas por fin descansan un minuto para contemplarla antes de la faena y los cocodrilos dejan por fin de llorar.
Cada noche que la luna sale llena, sabe el sabio que no es para siempre, pero la luna nunca lo escucha, se engolosina en la letra del poeta en el cantar del juglar errante y luego desespera y comprende que no siempre puede brillar así. Y es entonces cuando la luna mengua… y cada noche que la luna mengua, alguien comienza a esperar a que salga otra vez llena.
Cada noche que la luna sale llena, los telescopios se enfilan, las luciérnagas compiten en incansables maratones luminosas y las ballenas cantan ebrias de plancton en la profundidad de los océanos.
Cada noche que la luna sale llena, “tiritan los astros a lo lejos”, vuelven las oscuras golondrinas, llora Garrick y el pirata canta su canción con Espronceda.
Cuando la noche es de luna llena, las autopistas son espejos, las sombras títeres a nuestro comando. La sangre es negro luminoso, negro centellante, casi purpúreo entramado, color de luto con aroma a pan recién horneado.
Cada noche que la luna sale llena, los licántropos juegan cartas, las putas están en celo, se calla la doctrina y el dogmatismo, los ciegos reconocen la forma de las gotas en su sonido y el papa baja la cabeza avergonzado.
Pese a las nubes, cuando la luna sale llena por las noches, comanda desde ahí a los tornados, presta su energía a los relámpagos, diagrama vectores a los rayos y llora a veces en su histrionismo opacado.
Cada noche que la luna sale llena, hace correr su cronómetro esperando el momento de regresar así: repleta y fulgurante. Los bosques le rechinan su madera, las hormigas por fin descansan un minuto para contemplarla antes de la faena y los cocodrilos dejan por fin de llorar.
Cada noche que la luna sale llena, sabe el sabio que no es para siempre, pero la luna nunca lo escucha, se engolosina en la letra del poeta en el cantar del juglar errante y luego desespera y comprende que no siempre puede brillar así. Y es entonces cuando la luna mengua… y cada noche que la luna mengua, alguien comienza a esperar a que salga otra vez llena.
El Tarrasco
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