Mi imaginario escéptico y ateo fue humillado rato después cuando me vi haciendo cola en la burocrática puerta del Infierno.
De tanto leer los textos del Dante, al entrar esperaba ver muchos círculos infernales plagados de condenados sufriendo, llorando, gritando, con cadenas en los cuellos y agujas en los huevos, demonios menores arrancando las uñas de otras almas; o fuego, roca fundida y azufre por todas partes. En fin, todo aquello que nos dijeron que forma la imagen corporativa del averno.
Al entrar, con los ojos cerrados para no ver lo que imaginaba, me sorprendió la frescura del lugar, el olor de los inciensos y sentir que subía unas gradas de caracol mientras aumentaba el volumen de una música que reconocí, pero que hacía muchos años no había escuchado. Llegué por las gradas a un salón infinito, con luces de discoteca, humo de cigarrillo y esa melodía que, cuando era chango, la escuchaba en las fiestas de 15.
Entonces me empecé a fijar en la gente que estaba ahí: todos los niños, adolescentes y hombres mayores que estaban en esa fiesta, todos absolutamente, eran yo.
Yo de niño corriendo para esconderme cuando me había cortado con un vidrio. Yo a mis 11 años con un chicle pegado en el pantalón, a los 13 con un ojo morado y la nariz sangrando. Yo a los 15, sentado en el rincón más oscuro, mirando de reojo a la chica que entonces me gustaba y a la que nunca le dije nada al respecto. Yo a los 17 mordiendo los labios de la muchacha que, según mis padres, solamente me había utilizado para entrar a la universidad. Yo a los 19, borrachísimo abrazado con el yo de 18. El yo del año pasado, pasado de marihuana mirando mis dedos. Todos los yo llenaban el salón con mis risas, gritos y borracheras.
Al caminar hacia el fondo del salón me iba reconociendo y me miraba en mis facetas sin arrepentirme y sin ponerme nostálgico, sin avergonzarme ni reprocharme. Todos esos fui y me los fui a encontrar en una fiesta en el mismo Infierno. Todos esos que en su momento sufrían, insomnes, por sus pequeños melodramas, retozaban en un festejo delirante.
Al final, como entendía ya antes de morirme, el infierno es individual y lo que haga uno de su infierno es decisión personal. En mi caso, un festejo en donde estábamos invitados todos los Yo, algunos mal vestidos, y sin centavos en los bolsillos.
|G_Ale|
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