A las cinco y media de la mañana el viejo se levanta, se pone un abrigo muy gastado y sale del pequeño cuarto oscuro.
El patio en penumbras apenas permite distinguir los muros blancos y algunas piedras del piso. El viejo respira profundo del aire frío que lo envuelve, levanta el cuello de su abrigo y camina hasta la torre. Con los pies entumecidos va remontando las escaleras de piedra desgastada. Arriba, con dificultad atraviesa los grandes mecanismos alcanzando la manivela. Se frota las manos y con energía procede a darle cuerda al reloj.
Seis menos cuarto, el pueblo despierta y se pone en movimiento. El viejo regresa a su morada y cierra la puerta.
Todos los días se repite la misma rutina, el viejo que se levanta, se abriga, sube las gradas y le da cuerda al reloj, el único del pueblo, el instrumento de conexión de los habitantes con el tiempo.
La gente nunca se preocupó por el tiempo, siempre estuvo ahí, como atrapado dentro de los engranajes y números del reloj. Sólo miraban la torre y eso era suficiente para saber qué era lo que tenían que hacer, y a que hora debían hacerlo.
Nadie conocía al viejo, nunca había sido visto en las calles, en realidad todos en el pueblo ignoraban su existencia. Sin embargo, él estaba ahí, debajo de la torre y del reloj.
Las estaciones pasaban, los niños crecían, los ancianos morían. El pueblo, el reloj y el viejo, transcurrían en una relación íntima y necesaria.
Las hojas dejaron de caer y los árboles esqueléticos de la plaza parecían estatuas, eran las seis de la mañana y la puerta permanecía cerrada. A las ocho, el sol estaba arriba, pero el viejo no salía. Al medio día sopló un fuerte viento que llenó de polvo los manteles blancos de las mesas. A las tres de la tarde, el reloj se detuvo, el viejo había muerto.
Unos se paralizaron con la tasa de café en la boca, otros se quedaron mudos en medio de una conversación, los demás no despertaron de la siesta.
El pueblo perdió al tiempo y se quedó detenido en ese invierno que seguramente nunca terminaría.
El patio en penumbras apenas permite distinguir los muros blancos y algunas piedras del piso. El viejo respira profundo del aire frío que lo envuelve, levanta el cuello de su abrigo y camina hasta la torre. Con los pies entumecidos va remontando las escaleras de piedra desgastada. Arriba, con dificultad atraviesa los grandes mecanismos alcanzando la manivela. Se frota las manos y con energía procede a darle cuerda al reloj.
Seis menos cuarto, el pueblo despierta y se pone en movimiento. El viejo regresa a su morada y cierra la puerta.
Todos los días se repite la misma rutina, el viejo que se levanta, se abriga, sube las gradas y le da cuerda al reloj, el único del pueblo, el instrumento de conexión de los habitantes con el tiempo.
La gente nunca se preocupó por el tiempo, siempre estuvo ahí, como atrapado dentro de los engranajes y números del reloj. Sólo miraban la torre y eso era suficiente para saber qué era lo que tenían que hacer, y a que hora debían hacerlo.
Nadie conocía al viejo, nunca había sido visto en las calles, en realidad todos en el pueblo ignoraban su existencia. Sin embargo, él estaba ahí, debajo de la torre y del reloj.
Las estaciones pasaban, los niños crecían, los ancianos morían. El pueblo, el reloj y el viejo, transcurrían en una relación íntima y necesaria.
Las hojas dejaron de caer y los árboles esqueléticos de la plaza parecían estatuas, eran las seis de la mañana y la puerta permanecía cerrada. A las ocho, el sol estaba arriba, pero el viejo no salía. Al medio día sopló un fuerte viento que llenó de polvo los manteles blancos de las mesas. A las tres de la tarde, el reloj se detuvo, el viejo había muerto.
Unos se paralizaron con la tasa de café en la boca, otros se quedaron mudos en medio de una conversación, los demás no despertaron de la siesta.
El pueblo perdió al tiempo y se quedó detenido en ese invierno que seguramente nunca terminaría.
Aladino
2 comentarios:
Ola! Me Wangbu. Soy de las Filipinas. Usted tiene un hermoso blog. Estoy tan feliz de visitar.
Ha sido un placer encontrarme con tu ventana...felicidades navegante..
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