sábado, 20 de octubre de 2007

De lugares y negocios

Hay un lugar, hay objetos, donde los sueños, los pensamientos y los recuerdos se amontonan y se guardan; puede ser en un cofre, un baúl, una caja de cartón, un sobre Manila, una envoltura de chicle, un estuche geométrico, un cargador de ametralladora, un estuche de guitarra.

Todo depende del tamaño, de la comodidad y el uso que queramos darle y donde tengamos pensado llevarlos, todo depende donde queremos guardarlo, todo depende de la cantidad, del valor que le tenemos a lo que queremos guardar, todo depende que tan peligrosa y radiactiva sea lo que queremos seguir atesorando.

Hay algunos que le ponen mil candados, hay otros que apenas costuran un broche y zas!! ya está cerrado; hay otros que compran Dobermanes furiosos de dos cabezas y de mal carácter, babeando lavaza de sus hocicos y disparando fuego por los ojos , hay otros que cada un tiempo lo abren y dejan ventilar (por el olor a muerto me dijeron), hay otros que se lanzan al mar, con su baúl como barco y su conciencia como vela, por lo general ellos no vuelven; hay otros que lo guardan y llevan en el fondo de cada botella de alcohol que destapan, de cada frasco de tinner que inhalan, o en el temblor de cada madrugada que soportan.

Hay otros que lo llevan sujeto al nudo de la corbata, o revuelto en las hojas dentro de su portafolio; otros los llevan mezclados con los stickers de su micro, de su trufi, de su taxi o de sus carrito de pastillas. Otros los tienen entre rejas al igual que ellos, o dentro de cada tranquilizante que los obligan a tragar.
De otros se les escapó en los ojos, o en las manos, o en las piernas que perdieron, o en los hijos o los padres o los amores que se fueron.

Hay un lugar, hay objetos, donde los sueños, los pensamientos y los recuerdos se amontonan y se guardan… yo simplemente lo vendí.
Trozz

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© Miércoles de Ceniza, 2007. Sucre - Bolivia