Daniela Peterito Salas
Escribo cartas desde Prietolandia, desde el rincón en el cual la población promedio tiene la noción que ser potentado es tener aretes. Escribo desde un espacio que siento tan mío que no me he movido en horas ni siquiera cuando se escucharon pasos en esta casa sola. He despertado boca arriba pensando en ser aplastada por una cubeta de hielo, me he hecho amiga del ventilador que por momentos ensordece hasta al chancho-perro que pasa por la calle, el chancho-perro que cuida a un grupo de seis chancho-perros hijos que a pesar de su corta edad se comerían gallinas o mis dedos si es necesario.
En este agreste lugar donde lo más importante es no morir y condenar la existencia de miles de zancudos, he pensando en la monstruosidad de sus ojos, atascados en la neblina lejanísima de las ciudades que pasan todo en simultáneo, mientras que aquí una gota de sudor ha vivido una travesía antes de llegar al piso y morir.
He pensando en lo ínfimo en que se ha convertido un beso, compartir una comida, dormir en camas de ajenos y creer que se pueden contar historias verdaderas a través de lo esporádico de un chat de media noche. Todo eso, cuando he vivido la ausencia de todos mis seres cercanos y he visto en la marea sus rostros tal y como quiero recordarlos, en movimiento junto con miles de masas vivientes que no me olvidan y que no han necesitado ningún sonido en el viento para sentirlos en la piel.
He degustado el sabor del pescado del infierno, aquel que llega envuelto en hojas de plátano y luego quiere matar en tus pesadillas salvajes de baño (que de baño sólo tiene el nombre), he pensando últimamente en los ojos verdes, irónicamente verdes, intensamente verdes que me recorren sin pies y saltan de mi pasado a otro pasado inventado recientemente, los he visto en mis sueños jugando con mis anillos, convencidos de que los amaneceres grises son la mejor plaga de este año y que deberíamos enfermarnos más seguido.
He descubierto al perro más triste del mundo, se llama “Chuchasumadre”, tiene un pedazo de piel expuesto y los mosquitos le enredan la cabeza, me mira pidiéndome que lo mate, que no le de ni un solo pedazo más de pan, que le de una patada en el culo para que pueda mandarse a morir en la puerta de su dueño, mi dilema del día viene cargado de recriminaciones de ese perro triste que no sabe nada de mi y me pide tanto.
Entre la tarde confusa y el agua hirviendo para tener café potable, en lo más profundo de una olla desportillada he visto el rostro del pez-sapo aplastado en el camino de los pescadores el espiral de la raza humana nacida para devastar, sus tripas salidas por la boca han anunciado canciones de verano cargadas de melancolía barata, tan barata que se vende en la frontera como mercancía para los pa’jpakus.
He regalado una prenda al mar y la tradición cuenta que la devolución del mar viene con doce deseos, no entiendo bien en qué forma pero los pregones persignados de las abuelas de todo el mundo van a ser cumplidos, los perros tristes serán sólo perros o sólo tristes, se mirará en la profundidad de esos ojos encabronadamente verdes las respuestas a las elucubraciones inconexas de la cumbia y regresarán todos los recuerdos a las mentes de las madres en reserva.
He amanecido pensando en la fragilidad de las construcciones de más de dos pisos y mi privilegiada seguridad actual, a las 7 a.m. me declaro, en este lugar, con “Chuchasumadre” como testigo, persona nonsexy, más devastadoramente exótica.
En Cholongas City, en la ciudad que absorbe gente y sus mosco-vampiros se chupan sangre, los deseos son lo de menos, me he detenido a recolectar todas sus ambiciones agotadas, me ha quedado un bolso lleno de nimiedades que alcanzan para una gota de mar en deseos. Una plaga de deseos los ha devastado aquí, no hay nada que esperar, no descansan del año viejo, descansan del segundo pasado, del que viven y del que vendrá, todo eso en las puertas de sus casas mientras la melodía de cada casa pelea por ellos en la calle.
Desde Cholongas City ha nacido un plan maldito para el mundo, es más macabro que los rechinidos de las motonetas a media noche y planea más posibilidades para la raza humana que el estanque de renacuajos que alimento con tierra, el plan es enlatar a la raza en cómodas latas de atún, sacarlas a pasear y dejarlas sueltas en Cholongas, así la vida sería tan sencilla como un abrevadero de agua dulce rozando mis pies al atardecer.
dps
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© Miércoles de Ceniza, 2007. Sucre - Bolivia