jueves, 25 de noviembre de 2010

Casa vacía

La mesa está vacía,
la jarra seca,
las tazas olvidadas.

Sobre el panero, un duro pedazo de pan,
la cocina con telarañas,
ninguna gota que cuelgue del grifo.

Las sillas solo con polvo encima,
los platos inmóviles,
los cubiertos durmiendo en la oscuridad de las gavetas.

Pero tocas a la puerta
y cuando entras:
salta espantada la oscuridad,
se llenan los floreros,
se destapa el techo y alumbra el sol como un farol.
El comedor huele a guayaba,
a pan recién horneado,
a café destilado.

Pero hoy, dijiste que no vendrías.


Trozz

Algunas arrugas

Los primeros años de mi vida viví pensando que el increíble funcionamiento del cuerpo humano era prácticamente eterno, una mezcla de sincronía y regeneración, ¿cómo no verlo así?, si uno puede reponerse casi de cualquier caída y atreverse a caer nuevamente, se fractura huesos y trastabilla seguro de superar el dolor, recibe mordiscos de perros, loros, monos y ve como las heridas cicatrizan, además, quedan con una bonita mancha nada incómoda para un niño. Ve como a pesar de mordisquearse las uñas, éstas vuelven a crecer, como las lágrimas a pesar de llorar y llorar nunca se terminan y cómo un día se detienen no sólo de los ojos sino del alma, siempre frente a problemas de autocompasión: como caerse de la bicicleta. Hasta esos días viví pensando que el misterioso funcionamiento de la máquina humana era perfecto, con todos sus cables conectados a perfección, dispuestos a aceptar resfríos y curarlos días después, dispuesto a intervenciones quirúrgicas ridículas, como extracciones sebáceas o lobotomías cerebrales, dispuesto a los moretones en las canillas, sobretodo, un cuerpo humano dispuesto a la recaída, sin miedo.
Veo ahora a un montón de músculos desnutridos, membranas con nudos entrelazados, o casi sueltas en un envoltorio de colores morados, palpo una textura con la rugosidad de una lengua seca, un corazón de pollo espantado de viajar a su centro. Enfilados los fluidos corporales y seco pergamino de enjambre, siempre con pesadillas de anticuchos, se ha tragado toda la circulación posible y se llena de convulsiones tapiado en un cuarto lejano. Un corazón que escribía, ahora está atravesado por su misma punta bola, ni sangra ni se deja morir. A mis 26, ahora tiene 90 años.
Agata

Luna llena

Cada noche que la luna sale llena, los manicomios embullan, las hembras paren, las mareas suben y los amantes copulan. Algunos animales le aúllan frenéticos, mientras plantas absorben minerales de la tierra con insaciable arresto al dominio de su luz.
Cada noche que la luna sale llena, los telescopios se enfilan, las luciérnagas compiten en incansables maratones luminosas y las ballenas cantan ebrias de plancton en la profundidad de los océanos.
Cada noche que la luna sale llena, “tiritan los astros a lo lejos”, vuelven las oscuras golondrinas, llora Garrick y el pirata canta su canción con Espronceda.
Cuando la noche es de luna llena, las autopistas son espejos, las sombras títeres a nuestro comando. La sangre es negro luminoso, negro centellante, casi purpúreo entramado, color de luto con aroma a pan recién horneado.
Cada noche que la luna sale llena, los licántropos juegan cartas, las putas están en celo, se calla la doctrina y el dogmatismo, los ciegos reconocen la forma de las gotas en su sonido y el papa baja la cabeza avergonzado.
Pese a las nubes, cuando la luna sale llena por las noches, comanda desde ahí a los tornados, presta su energía a los relámpagos, diagrama vectores a los rayos y llora a veces en su histrionismo opacado.
Cada noche que la luna sale llena, hace correr su cronómetro esperando el momento de regresar así: repleta y fulgurante. Los bosques le rechinan su madera, las hormigas por fin descansan un minuto para contemplarla antes de la faena y los cocodrilos dejan por fin de llorar.
Cada noche que la luna sale llena, sabe el sabio que no es para siempre, pero la luna nunca lo escucha, se engolosina en la letra del poeta en el cantar del juglar errante y luego desespera y comprende que no siempre puede brillar así. Y es entonces cuando la luna mengua… y cada noche que la luna mengua, alguien comienza a esperar a que salga otra vez llena.
El Tarrasco
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© Miércoles de Ceniza, 2007. Sucre - Bolivia